maracaibo

No es repentino: Una línea de sudor rueda por tu rostro, si el conductor que te ha arrollado hubiese sido tú, quizá disfrutarías el aire acondicionado del automóvil, la pierna derecha no te habría abandonado aferrándose al parachoques; sin embargo, no hay tiempo para culpar al camino ni mucho menos al conductor de aquel bólido que al igual que tú desea llegar primero a ningún lugar, ahora te levantas y haces maromas para no decapitar al prójimo que viaja a tu lado, corres con tu única pierna viva, asechando con ojos abiertos el autobús que no dejarás te abandone, tanto caminar día por día ha ejercitado tus músculos, llegas hasta el transporte y no dudas asirte a una ventana. No hay tiempo para dejarse herir por los colores vibrantes de casas secas de callejones legendarios. Apenas el sol logra golpear con su luz los cuerpos abatidos por un deseo invisible yendo al norte sin verificar significados. Setiembre es sólo un mes.

Golpes de tambora y de furro no residen en el reproductor de sonidos, el conductor que te ha arrollado no observa las gotas rojas caer sobre el retrovisor, tampoco una luz redonda del mismo color avisa dejar de acelerar, así como olvidó la señal de la cruz al pasar frente a “La China”, recordó comprar el diario para no leerlo.

El discurso de ciudad lo descubre el estrago de la muchedumbre, no hace falta jorobar al que conduce o camina. Así como desconoces a Baralt o a Urdaneta, dejas la esperanza en la boina del abuelo y en las plazas vacías de pájaros y en el más pueril de nosotros.

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